Dragon Age: Inquisition

Lo mejor del Dragon Age: Inquisition es que por fin puedes tener tu propio nug. No es tan mono como los que te cruzas mientras exploras, que son como cerditos orejones de distintos colores, pero a cambio puedes personalizarlo y subirte encima y es la mejor montura del juego. Para conseguirlo, que no es tan fácil, se lo compras carísimo a un mercader de Val Royeaux que no quiere decirte qué estas comprando porque es demasiado exclusivo, y  eso te abre una misión en la mesa de guerra y mandas a alguien y te lo lleva al establo.

Lo otro que me está encantando del juego son los paisajes, que en el segundo del Dragon Age igual  descuidaron un poco los mapas, que muchos eran casi iguales, y aquí a veces parece que los han hecho a mala leche para perderte, con cuevas y montañas y pasarelas y todo lleno de dragones. No solo son todos diferentes, sino que lo mismo te mandan a una montaña nevada que a un pantano lleno de zombies o al desierto rojo. Menos mal que el equipaje no es problema.

La historia y los personajes son tan chulos como siempre. Yo, siempre que me dejan en un videojuego, me hago una mujer, y en este caso es una pena porque mi personaje preferido (aparte de Varric) sólo se lía con hombres y no digo quién es por si acaso. Pero bueno, la historia de amor ha sido bonita igual, aunque no me gusta nada la pelambrera rara que le han puesto al traje de Cullen, parece como de señora vieja.

En fin, que me encanta Bioware, y lo ha bordado. Otra vez.




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